martes, 20 de mayo de 2025

LOS TUNJOS O NIÑOS DE ORO (relato)

 

LOS TUNJOS O NIÑOS DE ORO

(relato)

(Literalización de un relato oral)[1]

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

En inmediaciones de los municipios de Madrid, Bojacá y Mosquera, ubicados en el Departamento de Cundinamarca, se ubica la laguna de La Herrera. Se trata de un cuerpo de agua, considerado también humedal, que presenta 3 kilómetros de extensión en la actualidad, por 1,5 kilómetros de ancho y entre 1,5 a 2 metros de profundidad. La laguna de La Herrera ha venido en franco proceso de desecamiento en el último siglo, por cuanto originalmente formaba parte de un lago mayor que recibía aguas de varios vertederos, actualmente inexistentes. Aún recibe las aguas del río Bojacá, un delgado hilo de agua que alimenta el frágil espejo de agua de la laguna, que aún conserva parte de su proverbial hermosura. Los antiguos muiscas realizaban oficios religiosos en sus orillas y algunos cronistas nos han informado que los indígenas Panches, enemigos naturales de los Muiscas, venían a cazar en sus orillas en algunas épocas del año, procedentes quizás de la Mesa de Juan Díaz (Cundinamarca). El señor Carlos Cortés, quien es oriundo del municipio cundinamarqués de Puerto Salgar, pero quien reside en Madrid (Cundinamarca) hace más de 55 años, refiere la siguiente leyenda la cual tendría ocurrencia habitual a las orillas de la laguna de La Herrera, durante los años de su niñez.

Cuando yo era niño tenía la costumbre de ir a jugar con otros compañeritos de la Escuela Antonio Nariño de Madrid, a las orillas de la laguna de La Herrera. Mi mamá me regañaba porque según ella decía por allí salían los tales tunjos o niños de oro. El cuento era que, si uno jugaba a las escondidas entre las matas de junco y las enredaderas de La Herrera, al rato y sin saber cómo ni de dónde, salían varios niños de rostro extraño los cuales iban completamente desnudos. Eran de una belleza fuera de lo común, los cabellos eran como hilos de oro, la piel era como ligeramente dorada y eran poco más pequeños que un niño normal. Más que niños parecían muñecos. Esos niños lo convidaban a uno a jugar con ellos y a corretear patos, garzas y tinguas a la orilla de la laguna. La advertencia que mi mamá me hacía era que no fuera a jugar con esos extraños niños porque al rato de estar uno jugando con ellos el niño humano se desaparecía. ¿Para dónde se iba? El decir era que esos niños vivían en lo profundo de la laguna y que se llevaban al niño humano a las profundidades de La Herrera y de este no se volvía a saber más. Supuestamente las aguas encantadas de La Herrera se abrían en un punto y formaban una especie de avenida hacia las profundidades. Aquel era un mundo de gran luminosidad y hermosura, el humano que lo visitara ya no quería volver al mundo exterior, porque una especie como de hechizo dorado lo mantenía atado al fondo de la laguna. Supuestamente allá en el fondo de La Herrera hay muchos niños humanos, que una vez que están allí ya no crecen ni se hacen adultos ni envejecen. Se la pasan eternamente jugando con esos niños de oro y su físico no cambia. Las comidas que les dan allá abajo son deliciosas, aunque se come por comer, porque en ese mundo mágico de oro el cuerpo no se cansa ni siente la necesidad de comer, descansar o bañarse.  Es como un mundo irreal en otra dimensión. Ese es el mundo de oro de las profundidades de la laguna de La Herrera[2].  

Fuente: Cogollo Ayala, Nabonazar. La Leyenda de Totachagua. Ed. Convenio: Colsubsidio-Alcaldía Municipal, Bogotá, 2019.





[1] CARLOS CORTÉS, 2017.

[2] CARLOS CORTÉS, 2017.


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