EN UNA NOCHE DE LAS BENDITAS ÁNIMAS
(Crónica con base en un hecho real)[1]
Corría el año de 1964 y el joven Carlos Cortés, habitante
madrileño por aquellas calendas, frisaba entonces sus veintiocho abriles. Mucho
le habían advertido que tuviese especial cuidado en no ir a cruzar por el
frente de la capilla de las monjas, en el Instituto Zoraida de Sierra, un lunes
en la noche, porque por allí asustaban. Su mamá, doña Rosa –la dueña de la
fonda en inmediaciones de la Base Aérea de Madrid-, hartas veces que se lo
había repetido:
-Los lunes a media
noche o madrugando ya, en la esquina de las monjas se ven unas luces del lado
de adentro, como si estuvieran en celebraciones religiosas y se oyen también
unos cantos. ¡Tenga cuidado, mijo! ¡No vaya a pasar por allí! ¡De pronto se le
aparecen las benditas ánimas del purgatorio, que están en pena, y se lo llevan!
- ¡No se preocupe,
mamá, que eso por allí nunca pasaré a esas horas!
Pero aquel domingo del mes de octubre, Carlos había
olvidado la recomendación materna. Estaba muy amena la reunión de integración
con los compañeros de trabajo en el aeropuerto El Dorado, así que resolvió quedarse un poco más de lo prudente.
Cuando el viejo reloj campanero de la cantina marcó la media noche y la dueña
anunció que ya iba a cerrar, entonces fue que Carlos cayó en cuenta de lo
tardísimo que era…
- ¡Hijuepadre, media
noche! ¿Y yo ahora cómo le hago para irme pa´ Madrid? A estas horas ya no hay transporte para allá…
El buen Carlos salió finalmente, como pudo, a la calle 80 y
ya el reloj marcaba la una de la madrugada. Evidentemente ningún medio de
transporte público funcionaba regularmente a esas horas, la esperanza que le
quedaba era que un carro particular le diera el aventón hasta Madrid o al menos
hasta Mosquera. De ahí en adelante él seguiría a pie. De buenas estuvo porque
una enorme tractomula cargada con ACPM lo llevó hasta el propio Madrid, a pesar
que la carretera entonces era llena de baches y se veía poco transitada a esas
horas. Muy contento Carlos y muy agradecido le fue a pagar al conductor, pero este
no le quiso recibir el dinero…
- ¡Eso déjelo pa´ la
media e ‘guaro! Le dijo entre chiste y chanza
Echó a caminar lo más rápido que pudo, hacia El Loreto, barrio donde vivía con su
mamá, esposa y su única hija en ese momento. Era una noche pesada, muy densa,
neblinosa y sin luna. Cuando Carlos empezó a aproximarse al parque central de
la iglesia, pareció como si de repente el ambiente circundante se hiciera más
etéreo y denso. Lo único que le quedaba era apurar los pasos y hacer más largas
las zancadas para dar rápido el mal paso y arribar cuanto antes a la casa. Llegó
en cuestión de pocos minutos a la Casa de
los Córdoba, en la esquina oriental del parque. Desde ahí debía cruzar el
parque por el corazón del mismo y alcanzar la temida esquina de las monjas en
el Colegio Zoraida. Se subió el cuello de la chaqueta tapándose las orejas, enfundó
las manos en los bolsillos del pantalón del overol y echó andar con pasos que
casi eran ya de galopa. Cuando iba un poco más de la mitad del parque, ya
aproximándose a la capilla Zoraida, de repente escuchó unos cánticos en latín,
que nunca jamás él había oído por ahí, ni siquiera de día…
- ¡Ave María, gratia
plena! Dominus tecum… Benedicta tu in Mulieribus et benedictus fructus ventris
Tui…[2]
La sangre se heló en las venas del asustado hombre ante la
manifestación de lo sobrenatural. Se detuvo en seco y volteó a mirar hacia lo
alto de la torrecilla del edificio para ver los amplios ventanales de vidrios
coloreados. Efectivamente, una luz intensa se veía arder a través de los
ventanales de la capilla como si un centenar de velas estuviesen encendidas
adentro. El instinto de conservación de Carlos le acució ahora más que nunca y
echó a correr camino al Loreto, tan rápido como pudo. Abrió apresuradamente la
puerta de la casa y se encerró, volviendo a echarle llave al ducto de entrada.
Pasados los días Carlos volvió a pasar por el lugar y vio
impresa en el suelo, en la esquina del lugar de la insólita aparición una frase
en latín: Ave María Gratia Plena. La
primera frase del Ave María en latín,
con la cual las ánimas del purgatorio le recordaban que los consejos de una
madre no se deben desatender, máxime un día de las benditas ánimas a media
noche.
Madrid (Cundinamarca), octubre 15 de 2017
[1]
CARLOS CORTÉS, 2001. Publicado en una primera versión en EL PERIÓDICO DE MADRID, con ilustración del artista madrileño
Ernesto Moreno.
[2]
Dios te salve María, llena eres de
gracia, el señor es contigo, endita eres entre todas las mujeres, y bendito sea
el fruto de tu vientre… (Versión en latín eclesiástico del Ave María, conocida oración católica
mariana).
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