jueves, 22 de mayo de 2025

BOLÍVAR Y EL PUENTE DE LOS ESPAÑOLES (fábula)

BOLÍVAR Y EL PUENTE DE LOS ESPAÑOLES

(fábula)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Mil ochocientos treinta era el año

El día octavo del quinto mes…[1]

Cuando agobiado por desengaño;

Triste y enfermo, con aire extraño,

Bolívar marcha dando traspiés.

 

Llega hasta el puente de Serrezuela

Que condujera de Fontibón…

A las goteras de la plazuela

De Alonso Olalla, nítida estela,

En cercanías de Zipacón[2].

 

Ante aquel puente de piedra y bloque

Bolívar llega a descansar;

Rápido baja y al Subachoque

Lleva el caballo a que desboque

Su sed tremenda al abrevar.

 

Las aguas claras de la corriente

Dan nuevas fuerzas al animal…

Mientras Bolívar que el mal presiente

Lanza su vista al occidente

A donde nunca vuelve al final.

 

Fija sus ojos en la estructura

Del viejo puente del español…

¡Cuánta ironía! ¡cuánta locura!

El que te hiciera, con gran premura,

Fue derrotado bajo este sol.

 

Los españoles con vieja ciencia

De los romanos dieron pilar;

A las arcadas de resistencia

Que hacen tu ojiva, con consistencia,

Para que mucho puedas durar.

 

Ya no hay hispanos en estas tierras

Pues una tarde los derroté…

Quedan tus muros en los que encierras

Viejos recuerdos, vidas y guerras,

De aquella historia que hoy evoqué.

 

El viejo puente que aquello escucha

De su letargo tan secular…

Fiel se despierta y como en lucha

Con su conciencia, que en él es mucha,

Da fiel respuesta al militar:

 

¡Padre Bolívar! Mucho me ufano

Y me complace que uses mi ser…

Como lo dices me hizo el hispano,

Con la sapiencia del gran romano

De quien tomara ciencia y saber.

 

Ya no soy puente de la Corona,

¡Soy colombiano!… ¡Ya no soy real!

Pero el pasado no desmorona

Su firme historia, que me blasona,

Cual lo recuerdas en tu historial.

 

Si bien me hicieron padres iberos

Y ellos son parte de mi existir.

Los colombianos son herederos

De aquellas savias nuevos maderos,

Que cimentaron el porvenir.

 

Me enorgullece ser hoy tu puente

Padre Bolívar, gran luchador.

No te entristezcas, alza tu frente

Que cinco pueblos del continente

¡Hoy te proclaman libertador!

 

Bolívar llora de la alegría

Ante las voces que oye decir…

Y levantando con hidalguía

Sus ardimientos y valentía,

Sigue el camino al porvenir.

 

¡Nunca te rindas! ¡Sigue adelante!

Con la energía del triunfador…

Dijo entre brumas la voz tonante

Del viejo puente que al caminante

Dio nuevo impulso de vencedor.

 

Los madrileños hoy recordamos

Cuando Bolívar aquí pasó…

Y sus ejemplos los imitamos,

Cada mañana cuando luchamos

¡Por esta patria que libertó!

Madrid (Cundinamarca)

Agosto 31 de 2017



[1] El Libertador, Simón Bolívar, cruzó por última vez en su vida el Puente de los Españoles del viejo Camino Real de Serrezuela, camino a Facatativá, el 8 de mayo de 1830. Fallecería en Santa Marta el 17 de diciembre del mismo año 1830 a la edad de 47 años. Leyendas locales cuentan que cuando pasó por el viejo puente iba triste, enfermo y llorando.

[2] Es una forma indirecta de referirse a Facatativá, fundada por don Alonso Olalla en 1561, luego de la muerte del último Zipa, Tisquesusa.





ARQUÍMEDES CHURQUEN (oda en homenaje)

 


ARQUÍMEDES CHURQUEN

(oda en homenaje)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

A golpes de azadón y machete en la hortaliza

Arquímedes trabaja desyerbando aquel sembrado…

Es hombre de la tierra, por su ruana resguardado

Del viento y resolana que a su tez tornan cobriza.

Las brisas madrileñas le congelan la sonrisa,

La vida del buen hombre en su transcurso sosegado

Ignora el pronto curso que el arcano ha deparado

Al tránsito inminente que el presente le improvisa.

Oráculos lejanos predijeron el destino

Que cambia el derrotero de aquel noble campesino.

 

Estaba en la labranza de sudores a millares

De pronto vio aquel hombre un helicóptero entre llamas,

que viene hacia el sembrado, como un bólido de flamas,

con cuatro tripulantes de uniformes militares. 

Se estrella la aeronave contra el suelo y sus ijares

Abolla el rudo golpe, con estrépitos y traumas;

Arquímedes se asusta, pero armándose de ramas,

Apaga en cada hombre los fatídicos flameares.

Y lleva uno a uno con esfuerzo entre sus hombros

¡Poniéndolos a salvo entre alcachofas y cohombros!

 

Tan pronto que pusiera a los soldados a la orilla

Arquímedes con pala y con esfuerzo redoblado

Procede a echarle tierra al helicóptero incendiado,

En medio del peligro de explosión de la cabrilla.

La tierra es suficiente y se apagó la navecilla,

Que humeante quedó entonces en el centro del sembrado;

El hombre satisfecho vio su esfuerzo consumado

Y marcha a dar noticia de su hazaña y maravilla.

Llegó a la Fuerza Aérea de Madrid, con buenas nuevas:

¡Salvé a cuatro pilotos entre fuego y duras pruebas!

 

     El jefe al recibirlo se emociona ante el relato:

¡En marcha! ¡Rescatemos los soldados estrellados!

Y usted, señor valiente, con sus brazos chamuscados,

¡Será condecorado como un héroe! ¡Es mi mandato!  

Expuso usted su vida sin dudarlo solo un rato,

No solo salvó a cuatro pues también los inflamados

Escombros de la nave, que apagó con sus cuidados,

¡Quitando de ese modo la explosión en su conato!

¡Saludos, caballero del valor incontrastable!

¡Colombia reconoce su valor inimitable!

 

Llegado fue aquel día que la FAC dio su medalla

Al nítido heroísmo del buen hombre madrileño;

Se vio en el viejo parque tan humilde y tan pequeño

Al tiempo que era grande, cual soldado en la batalla.

La luz del altruismo con valor que no se acalla

Brilló en su pecho altivo, por su egregio desempeño,

La historia al buen Arquímedes recuerda como un sueño

Trocado en realidades en un campo de vitualla.

Arquímedes es héroe de un Madrid que hoy evocamos,

¡Sus hechos generosos por el prójimo imitamos!

Madrid (Cundinamarca)

Septiembre 14 de 2017




BOCHICA Y SU DISPUTA CON LA DIOSA HUITACA (artículo)

 

BOCHICA Y SU DISPUTA CON LA DIOSA HUITACA

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

¿Por qué razón una de las partes de los poblados muiscas visitados por Bochica, se soliviantaban contra él? Las explicaciones míticas posteriores enseñan que la diosa Huitaca, señora del mal y los desastres naturales, fomentaba las maledicencias, las iras y las envidias contra el bondadoso Bochica. El cronista en verso, Juan de Castellanos, describe la situación de la siguiente forma:

Este les predicaba muchas cosas,

Las cuales, si eran buenas, poco caso

Hicieron dellas, pues las olvidaron;

Pero conforman en decir que vino

Después una mujer de gran belleza,

Que predicaba cosas diferentes

De las que dijo Neuterequetua;

A la cual una de ellas llaman Chie,

Otros Huitaca y otros Jubchrasguaya;

Se cuyas opiniones se llegaba

Innumerable cantidad de gente;

Y porque predicaba cosas malas,

El Neuterequetua le dio plumas

Y convirtió sus miembros en lechuza.

(…)

Y así Huitaca que, según yo creo,

No debía de ser sino demonio,

Llevaba desta bárbara caterva

Tras sí la muchedumbre que pregonan

De gente que seguían sus errores,

Ritos y ceremonias tan absurdas

Como vemos que tienen hoy en uso,

Sin que ministro de la fe cristiana

La pueda divertir de su memoria[1].

 

Bochica encarnaba entonces las fuerzas del bien: la paz social, la convivencia, el entendimiento, el trabajo honrado de la tierra y la construcción de comunidad. Huitaca era su antagonista: señora del mal, el egoísmo, los alejamientos, las desavenencias y los desastres naturales. Bochica la enfrentó finalmente y optó por convertirla en lechuza. La profecía de Bochica era que un día volvería a la tierra para resucitar su espíritu de paz y bienaventuranza entre los hijos de los hijos en el territorio.





[1] CASTELLANOS, Juan de. Elegías de Varones Ilustres de Indias. Editor Gerardo Rivas Moreno. Bogotá (Colombia), 1997. Pág. 1158


martes, 20 de mayo de 2025

 

BOCHICA O NEUTEREQUETUA LLEGA A SAGAZUCA

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

Los antiguos muiscas hablaban en su cultura de edades, para hacer un cómputo lineal regresivo del tiempo. Una edad era un periodo de tiempo de aproximadamente setenta años, entendiéndose por año el ciclo luni-solar de 365 días. Estos datos los aporta el cronista español Fray Pedro Simón (1574-1628) en su afamada obra titulada Noticias Historiales. En esta obra cuenta Fray Pedro Simón lo siguiente:

“A que ayuda mucho una tradición certísima que tienen todos los de este Reino, de haber venido a él, veinte edades, y cuentan en cada edad setenta años, un hombre no conocido de nadie, ya mayor en años y cargado de lanas, el cabello y barba larga hasta la cintura, cogida la cabellera con una cinta, de quien ellos tomaron el traer con otros cogidos los cabellos como los traen, y el dejarles crecer. Andaba los pies por el suelo sin ningún calzado, una alma galafa o manta puesta con un nudo hecho de las dos puntas sobre el hombro derecho, y por vestido una túnica sin cuello hasta las pantorrillas, a cuya imitación andan también descalzos y con este modo de vestido; aunque a la túnica han llamado los españoles camiseta y a l capa o alma galafa, manta, si bien ya no se usa en todas partes el traer el nudo dado al hombro con las puntas. (…)

Dicen que vino (Bochica) por la parte del este, que son los llanos que llaman continuados de Venezuela, y entró a este Reino por el pueblo de Pasca, al sur de esta ciudad de Santafé, por donde ya dijimos había entrado con su gente Nicolás de Federmán. (A este Bochica) pusieron dos o tres nombres, según la variedad de lenguas que había por donde pasaba, porque en este Reino pocos eran los pueblos (como ya hemos dicho) que no tuviesen diferentes lenguas, como hoy las tienen. Y así en este valle de Bogotá comúnmente le llamaban Chimizapagua, que quiere decir mensajero del Chiminigagua, que es aquel supremo Dios a quien conocían por principio de la luz y de las demás cosas, porque gagua en su lengua es lo mismo que el sol por la luz que tiene. Y así a los españoles, entendiendo que eran sus hijos, a los principios que entraron, no supieron darles otro más acomodado nombre que el del mismo nombre sol, llamándole gagua, hasta que los desengañaron con sus crueldades y malos tratamientos. Y así les mudaron el nombre llamándoles Suegagua que quiere decir diablo o demonio con luz, porque con este nombre Suétiva nombra al diablo, y este le dan a los españoles”[1].

Bochica fue una especie de predicador indígena, quien llegaba ceremonialmente entonces a una serie de poblados en el Imperio Muisca, siendo recibido muy alegremente por los anfitriones. Les enseñaba a labrar la tierra, a tejer mantas con hilazas de algodón americano. Una vez elaboradas las mantas, les enseñaba a estamparlas mediante un ingenioso sistema de rodillos elaborados en cerámica, que iban labrados con figuras mitológicas decorativas. Aparte de enseñarles novedosas técnicas de labranza y producción de cerámica y tejidos, les enseñaba normas y pautas de comportamiento social, como amarse y respetarse unos a otros.

Complementa así Fray Pedro Simón:

“Desde allí (Pasca), vino (Bochica) al pueblo de Bosa, donde se le murió un camello que traía, cuyos huesos procuraron conservar los naturales, pues aún hallaron algunos los españoles en aquel pueblo cuando entraron, entre los cuales dicen que fue la costilla que adoraban en la lagunilla llamada Baracio los indios de Bosa y Soacha.  (…) Desde Bosa fue el pueblo de Hontibón, al de Bogotá, Serrezuela y Cipacón, desde donde dio la vuelta a la parte del norte, por las faldas de la sierra”[2].

Fue así como Bochica habría llegado en su paso por la sabana, a las tierras de Serrezuela, en tiempos en que estas se denominarían Sagazuca. A su breve paso por las tierras de nuestro municipio es noticia local que se enfrentó con una gigantesca serpiente que depredaba a las doncellas y niños del territorio. Bochica la combatió triunfalmente convirtiéndola en el cerro Zitagua o montaña de las siete jorobas. Debido a las habladurías que a sus espaldas se daban, lloró una tarde junto al Subachoque, sus lágrimas se convirtieron en negras tinguas y decidió seguir su camino hacia Zipacón y luego hacia Cota, en su labor humanitaria de predicación y enseñanza.



Fuente: Cogollo Ayala, Nabonazar. La Leyenda de Totachagua. Ed. Convenio: Colsubsidio-Alcaldía Municipal, Bogotá, 2019.



[1] FRAY PEDRO SIMÓN. Noticias Historiales. Eds. Banco Popular. Bogotá (Colombia), 1977. Vol. III, págs. 374 y 375

[2] Op. Cit. Vol. III, págs. 374 y 375


LAS AGUAS DEL SUBACHOQUE ABRAZARON A VICENTA Y TRÁNSITO (Literalización de una leyenda tradicional madrileña)

 

LAS AGUAS DEL SUBACHOQUE ABRAZARON A VICENTA Y TRÁNSITO

(Literalización de una leyenda tradicional madrileña)[1]

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Una de las leyendas tradicionales del viejo Serrezuela que han traído las entretelas de los tiempos ha sido aquella que da cuenta del triste final de Vicenta Martínez de Madrid, la esposa del abogado, escritor y académico colegial rosarista[2], don Pedro Fernández Madrid. Y su fiel ama de llaves, la señora Tránsito Ospina[3], quien era oriunda del vecino municipio de Chía – Cundinamarca, hija del administrador de la hacienda San Pedro de propiedad de don José María Castro de Uricoechea. Tanto Vicenta como Tránsito acabarían sus días entre las frías y cristalinas aguas del río Subachoque el 29 de mayo de 1880.

Pedro había manifestado especial predilección por la calma, la quietud y los baños medicinales en Serrezuela. Hacia el año de 1864 Pedro y Vicenta habían fijado su residencia veraniega en la entonces fría población cundinamarquesa, a escasos 21 kilómetros de la capital de la república, por el viejo camino que conectaba a la capital del país con Cuatro esquinas[4] y Facatativá, respectivamente. De esta manera el atareado y ya cansado Pedro hallaba refugio y descanso a sus múltiples labores como catedrático y hombre de Estado. De otra parte, también halló refugio medicinal a sus tempranas dolencias, pese a sus escasos 47 años de existencia. Entre aquella florida campiña serrezueleña se habían levantado sus cuatro hijos, a saber: Rosalía, Alejandrina, Pedro Vicente y Camilo.

Corría el florido mes de mayo, doña Vicenta Martínez de Madrid decidió acompañar a su fiel ama de llaves, doña Tránsito Ospina, a las orillas del impetuoso río Subachoque, donde aquella usualmente lavaba su ropa y la de la familia, en el sitio conocido como Las lavanderas. De esta forma Vicenta calmaba un poco su alma atormentada, debido a que su amado Pedro había fallecido aquel fatídico 8 de febrero de 1875. A la señora se la veía aún entristecida y un poco pesada de peso, pero ella apreciaba sobremanera los baños de agua fría en el Subachoque, a semejanza de su fallecido Periquito[5].  La tarde estaba alegre bañada por un delicioso sol de mayo, así que Vicenta decidió aligerarse de ropas, colocarse el camisón de baño habitual en las mujeres por aquellas épocas y sumergirse en las aguas del cristalino río. Poco previsiva la señora se alejó demasiado de la orilla y las aguas del Subachoque en un rápido violento la llevaron al centro del río, donde la bañista ya era totalmente cubierta por las traicioneras linfas…

- ¡Tránsito, auxilio, auxilio, que me ahogo!

- ¡Mi señora! Resista que ya la salvo…

Y abandonando el jabón y la espumadera, Tránsito se arrojó también a las aguas, en pro de rescatar a su señora. Tránsito había aprendido a nadar en su natal Chía, pero el sobrepeso de Vicenta y los kilos de la rescatista hicieron lo suyo. Ambas señoras fueron perdiendo las fuerzas hasta que Vicenta se desmayó y Tránsito ya no pudo sobreaguar con el peso de las dos. La pequeña Catalina veía desde las orillas el desenlace cruel de los sucesos y se llevaba las manos a la cabeza implorando al Dios del cielo que salvara a su madre. Al caer de la tarde Tránsito y Vicenta habían perecido ahogadas en el pequeño brazo fluvial del Subachoque sin que nadie hubiera podido evitarlo. Este hecho consternó a la población, que se volcó toda sobre la pequeña capilla para darle el último adiós a estas apreciadas señoras. Aquella tarde del 29 de mayo de 1880 y sin proponérselo Vicenta partiría a las regiones de la eternidad a reunirse con su amado Pedro, dejando tras de sí las historias de sus amores como pareja, lo cual ha devenido en leyenda local. Un soneto laudatorio recuerda este hecho perenne, con visos románticos, en la memoria de los madrileños:

VICENTA

 (Soneto)

Se bañaba Vicenta en aquel río

De aguas cristalinas, traicioneras…

Donde cantan las brisas lisonjeras

Un réquiem a don Pedro en el estío.

 

Hermosa como Ofelia en el sombrío

Sumerge entre las linfas sus caderas;

Y haciendo con sus manos regaderas

Susurra la ilusión de su amorío.

 

Prosigue la señora aguas adentro

Sus pies con gran cuidado van tanteando

El lecho ya alejado de la orilla…

 

- ¡Cuidado, mi señora! - ¡Me concentro!

El río en turbulencias va llevando

Mi plácida existencia en navecilla.

 

Madrid – Cundinamarca, octubre 16 de 2017

Fuente: Cogollo Ayala, Nabonazar. La Leyenda de Totachagua. Ed. Convenio: Colsubsidio-Alcaldía Municipal, Bogotá, 2019.

[1] INFORMANTE: ALFONSO CASASBUENAS PINZÓN. Septiembre de 2017. Cfr. AGUILERA, Miguel. Historia del pueblo de Serrezuela. Boletín de Historia y Antigüedades. Números 423 a 425. Eds. Academia Colombiana de Historia, 1952 (aprox.).

[2] ROSARISTA: Gentilicio institucional de los que estudian o egresan de las aulas del célebre Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Afamada universidad de Bogotá, fundada en el año de 1653 por Fray Cristóbal de Torres de la Orden de los Padres Dominicos. (Orden de Predicadores).

[3] MARÍA DEL TRÁNSITO: Era un nombre común entre las gentes del pueblo por aquellas épocas, como una forma de rendir homenaje a la virgen de Nuestra Señora del Tránsito. La capilla del mismo nombre se ubicaba en la vecina población de Fontibón, desde los tiempos coloniales.

[4] CUATRO ESQUINAS: Antiguo nombre del municipio de Mosquera – Cundinamarca; vecino de Madrid.

[5] PERIQUITO: Denominación cariñosa que le daba su familia a Pedro Fernández Madrid. Le vino dada por su padre, el patriota cartagenero don José Fernández de Madrid, quien dejó constancia de ello en un simpático poema titulado Mi bañadera. Cfr. NÚÑEZ SEGURA, José A. Literatura Colombiana. Sinopsis y comentarios de autores representativos. Eds. Stella. Bogotá (Colombia), 1962. Pág. 145





EN UNA NOCHE DE LAS BENDITAS ÁNIMAS (Crónica con base en un hecho real)

EN UNA NOCHE DE LAS BENDITAS ÁNIMAS

(Crónica con base en un hecho real)[1]

Corría el año de 1964 y el joven Carlos Cortés, habitante madrileño por aquellas calendas, frisaba entonces sus veintiocho abriles. Mucho le habían advertido que tuviese especial cuidado en no ir a cruzar por el frente de la capilla de las monjas, en el Instituto Zoraida de Sierra, un lunes en la noche, porque por allí asustaban. Su mamá, doña Rosa –la dueña de la fonda en inmediaciones de la Base Aérea de Madrid-, hartas veces que se lo había repetido:

-Los lunes a media noche o madrugando ya, en la esquina de las monjas se ven unas luces del lado de adentro, como si estuvieran en celebraciones religiosas y se oyen también unos cantos. ¡Tenga cuidado, mijo! ¡No vaya a pasar por allí! ¡De pronto se le aparecen las benditas ánimas del purgatorio, que están en pena, y se lo llevan!

- ¡No se preocupe, mamá, que eso por allí nunca pasaré a esas horas!

Pero aquel domingo del mes de octubre, Carlos había olvidado la recomendación materna. Estaba muy amena la reunión de integración con los compañeros de trabajo en el aeropuerto El Dorado, así que resolvió quedarse un poco más de lo prudente. Cuando el viejo reloj campanero de la cantina marcó la media noche y la dueña anunció que ya iba a cerrar, entonces fue que Carlos cayó en cuenta de lo tardísimo que era…

- ¡Hijuepadre, media noche! ¿Y yo ahora cómo le hago para irme pa´ Madrid?  A estas horas ya no hay transporte para allá…

El buen Carlos salió finalmente, como pudo, a la calle 80 y ya el reloj marcaba la una de la madrugada. Evidentemente ningún medio de transporte público funcionaba regularmente a esas horas, la esperanza que le quedaba era que un carro particular le diera el aventón hasta Madrid o al menos hasta Mosquera. De ahí en adelante él seguiría a pie. De buenas estuvo porque una enorme tractomula cargada con ACPM lo llevó hasta el propio Madrid, a pesar que la carretera entonces era llena de baches y se veía poco transitada a esas horas. Muy contento Carlos y muy agradecido le fue a pagar al conductor, pero este no le quiso recibir el dinero…

- ¡Eso déjelo pa´ la media e ‘guaro! Le dijo entre chiste y chanza

Echó a caminar lo más rápido que pudo, hacia El Loreto, barrio donde vivía con su mamá, esposa y su única hija en ese momento. Era una noche pesada, muy densa, neblinosa y sin luna. Cuando Carlos empezó a aproximarse al parque central de la iglesia, pareció como si de repente el ambiente circundante se hiciera más etéreo y denso. Lo único que le quedaba era apurar los pasos y hacer más largas las zancadas para dar rápido el mal paso y arribar cuanto antes a la casa. Llegó en cuestión de pocos minutos a la Casa de los Córdoba, en la esquina oriental del parque. Desde ahí debía cruzar el parque por el corazón del mismo y alcanzar la temida esquina de las monjas en el Colegio Zoraida. Se subió el cuello de la chaqueta tapándose las orejas, enfundó las manos en los bolsillos del pantalón del overol y echó andar con pasos que casi eran ya de galopa. Cuando iba un poco más de la mitad del parque, ya aproximándose a la capilla Zoraida, de repente escuchó unos cánticos en latín, que nunca jamás él había oído por ahí, ni siquiera de día…

- ¡Ave María, gratia plena! Dominus tecum… Benedicta tu in Mulieribus et benedictus fructus ventris Tui…[2]

La sangre se heló en las venas del asustado hombre ante la manifestación de lo sobrenatural. Se detuvo en seco y volteó a mirar hacia lo alto de la torrecilla del edificio para ver los amplios ventanales de vidrios coloreados. Efectivamente, una luz intensa se veía arder a través de los ventanales de la capilla como si un centenar de velas estuviesen encendidas adentro. El instinto de conservación de Carlos le acució ahora más que nunca y echó a correr camino al Loreto, tan rápido como pudo. Abrió apresuradamente la puerta de la casa y se encerró, volviendo a echarle llave al ducto de entrada.

Pasados los días Carlos volvió a pasar por el lugar y vio impresa en el suelo, en la esquina del lugar de la insólita aparición una frase en latín: Ave María Gratia Plena. La primera frase del Ave María en latín, con la cual las ánimas del purgatorio le recordaban que los consejos de una madre no se deben desatender, máxime un día de las benditas ánimas a media noche.

Madrid (Cundinamarca), octubre 15 de 2017


Fuente: Cogollo Ayala, Nabonazar. La Leyenda de Totachagua. Ed. Convenio: Colsubsidio-Alcaldía Municipal, Bogotá, 2019.



[1] CARLOS CORTÉS, 2001. Publicado en una primera versión en EL PERIÓDICO DE MADRID, con ilustración del artista madrileño Ernesto Moreno.

[2] Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, endita eres entre todas las mujeres, y bendito sea el fruto de tu vientre… (Versión en latín eclesiástico del Ave María, conocida oración católica mariana).