EL CERRO ZITAGUA COMO
SÍMBOLO DE PAZ EN SUGASUCA
(Cuento con base
mítico-legendaria local)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Cuentan los viejos en Madrid y los más viejos entre los
viejos que de las cristalinas aguas de la laguna de La Herrera solía salir en las noches de luna llena una enorme
serpiente negra con unos colmillos como puñales y ojos como brasas encendidas. Aquella
pavorosa serpiente era enviada por Huitaca,
la malvada diosa muisca de las lluvias torrenciales, los terremotos y las
plagas. ¿Y por qué la mandaba? Porque en el pueblito de familias muiscas que
estaba en este territorio gobernaba el capitán indígena Sugasuca o Subiasuca. La rencorosa Huitaca exigía sacrificios de los niños del pueblo y como no se los
daban, entonces enviaba aquella terrible serpiente negra las noches de luna
llena para que se comiera a los hijos pequeños de las familias muiscas y
vaciara también, con su terrible lengua
abierta en dos, los vientres de las señoras embarazadas. El capitán Sugasuca salió en varias noches junto
con los guerreros jóvenes más acuerpados del pueblo en búsqueda del terrible
monstruo, pero nunca lo hallaban, porque este se zambullía habilidosamente en
las aguas de la laguna para escapar de su castigo. Este pueblo sufría mucho
entonces por el azote de la diosa Huitaca
y la cruel serpiente que significaba la muerte de sus vástagos y por ende de su
futuro.
Pasó entonces que, andando a pie desde el vecino poblado
de Hontibón, llegó el gran sabio Bochica a quien también llamaban Neuterequetua, enviado de los dioses
para educar y civilizar al pueblo. Sugasuca
salió lloroso por la emoción y recibió con los brazos abiertos a aquel sabio
emisario del gran Chiminigagua, dios
creador y señor de las luces en el cielo. Sugasuca
lo acogió con grandes muestras de afecto y lo alojó en una hermosa casita
circular en el centro del poblado con abundante provisión de agua y comida.
Aquella noche a la luz de una gran fogata le refirió los
padecimientos de su pueblo por cuenta de la serpiente que cada luna llena
mandaba la diosa Huitaca. Bochica
montó entonces en cólera y le juró a Sugasuca
y a su pueblo que en el próximo plenilunio libraría sin igual combate contra el
ofidio para desterrarlo por siempre de aquel territorio amado. Tres días antes
de la luna llena Bochica se dirigió a
las orillas de la laguna La Herrera y
se dispuso a prepararse espiritualmente para el sin igual combate que lo
esperaba. El sabio entró desnudo hasta el cuello a aquellas aguas sagradas y se
mantuvo ahí en actitud contemplativa meditando durante tres días enteros con
sus noches. El último día cuando ya brillaba en el firmamento la luna como un
gigantesco diamante ya Bochica estaba listo y espiritualmente fortalecido.
Salió de la laguna al atardecer, comió después del prolongado ayuno y se armó
de un poderoso bordón hecho con la sagrada madera del árbol conocido como Pedro Hernández en cuyo cuerpo había
labrado símbolos mágicos y sagrados de gran poder combativo.
Bochica se sentó entonces a las orillas de la laguna y
aguardó a que brillara la luna para ver aparecer la serpiente. Al caer de la
tarde los pajaritos sabaneros y las cigarras empezaron a cantar sus más bellas
melodías. Bochica no se inmutaba en
actitud contemplativa como el sabio varón que era, consentido pleno de los
dioses. Cercana la hora en que las ranas cantan emergió en el firmamento el
esplendor de la luna llena con toda la luz sobrecogedora que el gran Chiminigagua le prestaba. Bochica
entonces se paró en actitud altiva en un montículo cercano a la orilla y le
gritó así a la serpiente que aún no se dejaba ver…
-¡Huitaca, Huitaca! ¿Dónde
estás? Ahora que emergió en el firmamento la gran diosa Chía de la luna… ¿Por
qué no mandas a tu monstruo asesino? ¡No se volverá a comer un solo niño más de
Sugasuca porque aquí estoy yo para defenderlos! ¡Este pueblo me es sagrado y lo
amo como el que más! ¡Pueblo amado donde reinan la paz y la concordia! ¡Aparece,
ven y pelea, monstruo asesino!
Terminadas estas palabras retadoras las aguas de la
laguna se rebulleron de manera violenta y en el corazón del gran cuerpo de agua
comenzó a emerger la cabeza intimidante de aquel monstruo con ojos de fuego.
Enfiló entonces su enorme cabeza trapezoidal hacia el montículo donde estaba
Bochica, mientras su gigantesco y elástico cuerpo se contorsionaba amenazador
elevando la estatura de la serpiente varias decenas de metros. El animal le lanzó un primer mordisco a Bochica quien lo esquivó apenas a
tiempo. Pero los lances se repitieron uno tras otro con rapidez, hasta que uno
de ellos rasgó la túnica sagrada del sabio quien cayó al suelo con varias contusiones
en el cuerpo y algunas heridas. Estando
en tierra imploró la ayuda de Chiminigagua.
En el cielo unos negros nubarrones se encresparon y un poderoso relámpago a la
manera de un látigo de fuego golpeó en el bordón de Bochica. La herramienta se convirtió instantáneamente en una espada
de fuego. El sabio se incorporó animado por esta ayuda repentina y lanzó entonces
una poderosa descarga flamígera contra la serpiente a la manera de un rayo que rasgó
la piel de la aparición. Esta última se revolvió furiosa entre dolor y espanto
ante aquel inesperado y fulminante ataque. ¡Los chillidos de la serpiente se escuchaban a
varias leguas de distancia y llegaron hasta los bohíos del poblado donde la
gente estaba resguardada en sus casas orándoles a los dioses por la victoria de
Bochica! El animalejo aquel se contorsionaba
porque el embate había sido mortal. Entre agónicos estertores el gigantesco
cuerpo de la serpiente cayó pesadamente cerca del poblado haciendo temblar la
tierra entre los últimos espasmos. Chiminigagua
hizo brillar más las estrellas en el firmamento y lanzó luces celestiales sobre
aquel moribundo cuerpo negro que empezó a adherirse mágicamente al suelo de la
sabana, para convertirse gradualmente en el Cerro
de las Siete Jorobas. Bochica
miró aquel prodigio con rostro sereno y dijo entonces con voz tonante…
-Amado pueblo de Sugasuca,
ya te he librado de esta maldición con la ayuda y el poder del Gran
Chiminigagua. ¡Ahora este cuerpo del mal se convierte, por el poder de los dioses,
en un hermoso cerro que se llamará desde hoy Zitagua o Cerro de la Culebra! ¡En
la cabeza de este cerro vivirás para siempre, Sugasuca, para que pises con tus
pies la cabeza de la serpiente como símbolo de dominación y triunfo!
Sugasuca y sus hombres armados que vieron aquella feroz
contienda ocultos entre los follajes de la orilla de la laguna habían salido ya
de sus escondites y le daban palmas y vítores a Bochica victorioso… La quietud de las aguas de la laguna que hacía
pocos momentos había regresado luego de la feroz pelea, se volvió a ver turbada
ahora por unos maravillosos canticos de paz y victoria entre la niebla de su
atmósfera…
-¡Que viva Bochica, señor
del triunfo, la concordia y la tranquilidad en la tierra de nuestros padres! ¡Que
viva Bochica el sabio, el hombre aconsejador, el orientador!
Bochica entonces se hincó de rodillas y besó el suelo del
territorio de Sugasuca, cogió emocionado
entre sus manos un gran puñado de tierra y lo elevó en actitud ceremonial hacia
los cielos diciendo estas palabras:
-¡Esta tierra sagrada la
consagro y bendigo como tierra de paz, concordia y tranquilidad! Aquí un día
llegarán los hijos del día y en ella se aposentarán, pero aun así, seguirá
siendo tierra de paz en el confín de los siglos y el tiempo ilímite; porque los
dioses de nuestros padres y abuelos así lo decidieron… ¡Gloria a los dioses de las alturas!
Al amanecer en la laguna un coro de copetones y de mirlas
elevó un hermosísimo canto a la manera de un himno de Victoria a Bochica, que le daba la bienvenida a la
paz y la concordia en el ancestral territorio del capitán Sugasuca. Este último construyó su bohío principal en la anchurosa
cabeza de piedra y morrenas del cerro Zitagua,
desde donde dominaba todo el territorio que gobernaba el cual se admiraba lleno
de frondosos maizales y lagunas donde emerge la vida. Uno de los dos promontorios que hacían las
veces de cuernos de la serpiente existe hoy en día con el nombre Piedra del Diablo y de ese peñasco se
cuentan prodigios maravillosos. En el otro promontorio se aprecian dibujos grabados
en la piedra que confieren a quien los observa una sensación indescifrable de
paz, serenidad y tranquilidad que parece
que viniera de las alturas. Y quien logra llegar a la parte más alta del
cerro nota cómo de manera inexplicable en su alma resuenan unos versos tranquilizadores,
cuyas primeras líneas dicen quizás así…
¡Sugasuca, Subiasuca! ¡Tierra amada de los padres!
Cuya historia difumina su grandeza entre los tiempos…
¡Eres paz, eres labranza, juventud que lucha y sabe
Las grandezas ancestrales de tu historia en sus comienzos!
Si tu nombre convirtieron en Madrid o Serrezuela,
Si tu suelo fue acuarela del maíz en lontananza…
¡Hoy emerges con el fuego de la paz que es tu bandera!
¡Hoy levantas en tu cerro el pedestal de la esperanza!
¡Sugasuca, Subiasuca! ¡Tierra amada de los padres!
Hoy tus hijos te juramos defender aquel legado…
Que nos llega en la leyenda del abuelo que más sabe
¡Como un sol identitario entre la paz reconquistado!
Madrid, Cundinamarca
Octubre 24 de 2019
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