LA PIEDRA DE LOS VARADOS
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
En esta piedra vieja,
añejo monumento
Que viene de un pasado
de rancia tradición.
Se posan las leyendas,
magníficos recuerdos
Del tiempo del abuelo que
canta una canción.
Señala a Subachoque, les
dice a los viandantes
El fiel kilometraje de
aquella población.
Señala a Barroblanco, vereda
circundante
Donde los madrileños
viajaban en legión.
Con sus flechas agudas
grabadas en caliza
Señala informativa a
Facatativá…
Entonces tan lejana por
trochas y hortalizas,
Por eso el lugareño
prefiere a Bogotá.
En este monolito que
marca el entrecruce
De los viejos caminos
de fiel recordación…
La gente sin empleo se
mira haciendo cruces,
A ver si los contratan
en una plantación.
Se mira al yerbatero
que vende buenas yerbas
Para limpiar la casa,
sacar la mala sal.
También al de los
tintos que ofrece en su cenefa,
Las ricas aromáticas, de
gusto celestial.
Se mira al
parroquiano, a Tulia la mudita
También con su canasto
se mira allí a Leonor[1].
¡Cuántas gentes de
antes que hicieron más bonita,
La flor de la sabana, con su belleza en flor!
Magnífico peñasco, te canto porque evocas
El viejo Serrezuela, la
plaza y la estación…
Donde venía pitando el
tren que nos convoca
Llevando de esta tierra
su rica producción.
Mi lira enardecida te
ofrece estas endechas
Indignas de tu
historia, tu alma sin igual…
¡Eres de tiempos idos la
colección de fechas
Que narra los recuerdos
de un vívido historial!
Madrid (Cundinamarca), mayo 20 de 2015
[1]
Leonor fue un personaje popular, muy querido en la Madrid de los años 70 y 80.
Era una loquita, de marcados rasgos afrodescendientes y labios gruesos, que
gustaba mucho de recorrer las calles madrileñas, vociferando a voz en cuello
que necesitaba del auxilio de las gentes. Los madrileños de antaño la llegaron
a apreciar mucho y le obsequiaban mercado abundante, por lo que Leonor llegó a
ser un símbolo local. Era regañona y solía decir, cuando algo la sacaba de
casillas: ¡Qué barbaridad! Vivía junto a la que al parecer era su hermana, la
sordomuda Tulia, en una humilde vivienda que el municipio les obsequió. Pero
antes de ello dormían en el antejardín del antiguo internado del Instituto Zoraida Cadavid de Sierra, en
el marco de la plaza. Los lugareños la llamaban familiarmente diciéndole “Vieja Leo”. Ella cuidaba del aseo y la
belleza de las calles y zonas comunes de Madrid.
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