EN EL SERREZUELA DE ANTAÑO SE TRAZÓ
PARTE DE LA HISTORIA DE LA COLOMBIA CONTEMPORÁNEA
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Un
discutible concepto que disocia el pasado próximo y remoto con la tendencia a
la actualización en un presente que tiende a la homogeneización urbanística,
calcada sobre el modelo de ciudad que Bogotá ha venido construyendo década tras
década, ha venido condenando al patrimonio arquitectónico del municipio de Madrid
(Cundinamarca) a la implacable lógica de la pica y la demolición. En esas
añejas e imponentes residencias del marco del parque Pedro Fernández de Madrid,
se tejió una parte significativa de la historia nacional. Pedro Aquilino López
y su señora, doña Rosario Pumarejo de López tomaron una de esas casas en
arriendo comenzando el siglo XX, para tomar un descanso de unos meses, en el
duro camino que desde Honda (Tolima), pasando por las estaciones intermedias de
Guaduas y Facatativá, entre otras, conducía a la fría y neblinosa Bogotá. Uno
de sus numerosos hijos, un chicuelo vivaracho de ojos grandes y dientes
cucharetos, correteaba entonces a sus escasos siete años, por entre esos
solariegos patios, traspasando las cercas de tapia apisonada en las que nacía
el grisáceo musgo sabanero. Ese niño no era otro que Alfonso López Pumarejo (1886
- 1959), él vivió unos meses en la actual Madrid, quién lo creyera. El
presidente de la Revolución en marcha,
que sentó las bases de la Colombia postmoderna. Un viejo busto fundido por el
maestro Rodrigo Arenas Betancur, cuyo original se encuentra en el Instituto
Caro y Cuervo de Bogotá, así lo testimoniaba, en el antiguo parque central que
hoy se denomina Serrezuela. Ese busto fue hurtado por vándalos que lo arrancaron
de su nuevo pedestal a orillas del rio Subachoque, quizás para lograr pingües
ganancias con la venta de su precioso bronce de reminiscencia griega. Clío, la
musa de la historia, llora desconsolada ante este desconocimiento craso del
pasado y unge sus ojos con gotas del frío húmedo de la sabana madrileña.
En
las faldas del cerro de los Sierra, se levanta imponente una vieja casona que
se resiste todavía a ser demolida, pese a que la imparable dinámica de la
constructora brasileña Amarilo viene construyendo conjuntos
habitacionales en lo que parece ser una ciudadela en ciernes dentro de Madrid.
En la vieja hacienda de Casablanca
Clío nos retrotrae del pasado al poeta José María Vergara y Vergara (1831-1972),
quien absorto en sus pensamientos, acaso miraba por uno de los grandes
ventanales de la casa, mientras con pluma entintada escribía su Historia de la Literatura en la Nueva
Granada (1867) o quizás su entretenida novela costumbrista: Olivos y aceitunos todos son unos (1868). La
hacienda Casablanca la había heredado
de su abuelo por línea materna, don Antonio Vergara Azcárate y Dávila, quien
había sido encomendero del “pueblo de
indios de Serrezuela” por real cedula del rey de España expedida en 1650. Aquella
vieja casa de los tiempos coloniales alguna vez fue visitada por el libertador
Simón Bolívar quien acaso pernoctaría en ella, según lo atestigua una placa
conmemorativa en una de sus habitaciones.
La poetisa Isabel Lleras de Ospina le cantó así a la hacienda Casablanca:
Al penetrar a Casablanca, el frío
De la humedad y del olvido siento;
En el recuerdo se hunde el
pensamiento
Pero está mudo el caserón vacío.
Él tiene su lenguaje como el río,
Puede expresar su oculto pensamiento,
Tiene una voz igual a la del
viento;
¿Por qué no cuenta su dolor al mío?
Es que su voz no se oye, se
adivina;
Es más que la del agua cristalina,
Más
expresiva que la voz humana.
Tiene una dulce y sin igual
belleza:
La voz de Casablanca es la tristeza
Con que muere la tarde en la
sabana.
La
hacienda Casablanca había sido
adquirida en el año 1900 por el hacendado multimillonario José María Sierra, de
origen antioqueño, más conocido como don Pepe Sierra (1848-1921) y desde
entonces pertenece a dicha familia. En ella vivieron don Pepe, doña Zoraida
Cadavid de Sierra y su numerosa descendencia de 12 hijas y un único hijo. Por esas cosas del destino, cuando doña
Zoraida Cadavid falleció en 1921 en Paris (Francia), determinó mediante testamento
la creación de un hogar para niñas pobres de Colombia, en el cual recibieran
alimento tanto del cuerpo como del alma. Dejó para ello la apreciable suma de dos mil
quinientos pesos de la época, que equivalía a la séptima parte de su fortuna
familiar. Así nació el Asilo Zoraida
Cadavid de Sierra, que inició labores en la plaza España de Bogotá. En 1945
doña María Sierra, hija de doña Zoraida, determinó trasladarlo a Madrid, en
donde ya se convirtió además en colegio, obra que posteriormente fuera
abanderada por el nieto de doña Zoraida, Guillermo Gómez Sierra. Doña María adquirió
para el efecto del traslado de la obra a Madrid, la vieja casona que había sido
del presidente Rafael Reyes (1849-1921), esquinera sobre la plaza Pedro
Fernández Madrid, en el centro colonial de la población.
Antigua
casa esquinera del Gral. Rafael reyes. Obra del pintor madrileño
Nelson
Rubio en la IED Serrezuela.
La
residencia Reyes al paso de los años fue demolida para levantar el colegio Instituto Zoraida Cadavid de Sierra. La
voluntad testamentaria de doña Zoraida
aún estremece y conmueve el alma en aquellas palabras que dejan ver la
preocupación de un alma cristiana profundamente católica, por la suerte de las
niñas abandonadas de Colombia:
Es deber social y de toda persona
cristiana, proteger a la niñez y a la
juventud
de clases necesitadas. Evitar los peligros de diversa índole a que
se ven expuestos.
(Testamento de Doña Zoraida Cadavid de Sierra)
Y los momentos
históricos representativos y con impacto nacional se siguen sucediendo, pero la
crueldad de la brevedad del espacio hace sentir sus cortapisas. Veamos al menos
uno más. El escritor, jurista y jurisconsulto nacido en Cuba pero de padres
neogranadinos, don Pedro Fernández Madrid (1817-1875), también fue cautivado
por la apacible tranquilidad y la belleza del paisaje sabanero del Serrezuela
de antaño. Don Pedro fue hijo de don José Fernández Madrid, uno de los héroes
cartageneros que desafiaron el poderío del imperio español al declarar la
independencia absoluta de la Provincia de
Cartagena de Indias aquel legendario 11 de noviembre de 1811; en un hecho
inédito en la historia de Colombia por su denodado atrevimiento y temeridad.
Vuelto a su trono Fernando VII luego de la derrota de Bonaparte en Waterloo, la
reconquista de la rebelde Cartagena no se hizo esperar. Envió para el efecto al
general Pablo Morillo quien, en hechos del conocimiento general, sitió a la
rebelde ciudad hasta rendirla por efecto del hambre la peste, año de 1815. Don
José Fernández Madrid huyó entonces hacia la isla de Cuba junto con su esposa,
iniciando un exilio que duró hasta la expulsión definitiva de los españoles de
tierras colombianas, por obra de la campaña libertadora de Simón Bolívar en
1819. Estando en la Habana (Cuba), nacería Pedro, quien al año siguiente sería
llevado junto con toda la familia a Londres (Inglaterra) en virtud del nuevo trabajo
de su padre. Don José, ya afianzada la emancipación colombiana, regresó a
Colombia y fijó su residencia en la señorial Bogotá. Su hijo, Pedro, se graduó
como abogado del Colegio Mayor del
Rosario en 1838. Don Pedro Fernández y su esposa, doña Vicenta Martínez de
Madrid, fueron cautivados por la belleza proverbial de Serrezuela. Fue así como adquirieron una casona colonial en el
marco de la plaza (que posteriormente llevaría el nombre de Pedro) y de tiempo
en tiempo viajaban a la localidad en busca de reposo y esparcimiento. Tuvieron
varios hijos, a saber: Rosalía, Alejandrina, Pedro Vicente y Camilo. Es noticia
local que una de sus hijas se ahogó irremediablemente en un humedal que
existiera anteriormente en el sitio donde se ubica el Parque de las ballenitas, hoy inexistente; alimentado dicho cuerpo
hídrico por cierto brazo del río Subachoque, que entonces tuviera abundante
caudal. Dato este por confirmar. Ya en su vejez Pedro determinó residir
definitivamente en la casa de Serrezuela, junto con su anciana esposa y la fiel
cocinera y ama de llaves, doña Tránsito Ospina, de quien reza una lápida en el
cementerio local: Se sacrificó por salvar
la vida de la señora Vicenta Martínez de Madrid.
Tumba de don Pedro Fernández Madrid
en el cementerio local de Madrid
Fallecido
don Pedro Fernández los habitantes de Serrezuela se sintieron honrados por la
especial predilección que el ilustre jurista, escritor y columnista profesara
hacia el municipio; y determinaron cambiar el nombre de Serrezuela por el de
Madrid, en homenaje a su memoria. Esto
ha llevado a uno que otro escritor desprevenido a afirmar que el municipio de
Madrid fuera fundado por don Pedro Fernández Madrid, lo cual es falso. El
proceso de poblamiento y eventual fundación de Madrid aún es materia de estudio
y documentación. Cuando don Pedro y su señora determinaran comprar una casa de
recreo en el entonces Serrezuela, ya la localidad existía desde el siglo XVI.
El
proceso de transformación y modernización de Madrid sigue su cabalgata
imparable y algunas casonas de estirpe clásica española han caído demolidas
bajo este empuje transformador, lo cual tiene desconsolada a la musa de la
historia y a los que nos decimos sus seguidores, ministros y voceros. Finalizamos este evocador artículo con unas
estrofas en las que el alma declara el amor incondicional hacia uno de los más
bellos municipios de sabana occidente y un discreto coprotagonista en la
historia de Colombia, que no por ello menos valioso.
Hermosa cual ninguna mi tierra
madrileña
Se alza del occidente en el límpido
confín…
Aquí yo vi la aurora dorada en la
que sueña
Un pueblo de labriegos cual limpio
serafín.
Mi tierra fue del muisca la patria
idolatrada
Aquí se alzó el airoso y febril
Tibaitatá…
Fue entonces Sagasuca, su tierra
cultivada,
Y era la gran despensa del Zipa más
allá.
Lagunas de cristales besaban su
alta frente
Y un río majestuoso la supo
fecundar.
Llegaron los oidores, mi tierra mansamente
Le dio un giro a su historia de
prístino solar.
La bella Serrezuela surgió entre
aquella bruma
De historias y lagunas, bajo el
cetro español.
Al pie de cordilleras cambió la
piel del puma
Por sedas y abanicos, besados por
el sol.
Hoy surge cual ninguna, Madrid
republicana
La que cambió su nombre por dar
figuración.
A Pedro de Fernández Madrid, el que
dimana
Su pluma por doquiera, con casto
corazón.
Te quiero tierra amada, porque nací
en tu suelo,
Corrí entre tus jardines y tus
brisas bebí…
Si un día fui marchado, los cuentos
del abuelo
Trajeron el recuerdo que me volvió hacia ti.
La plaza de tu centro, la casa de
gobierno
El viejo Serrezuela y tus campos de
verdor…
Me dicen: ¡Madrileño! Tu suelo es
siempre tierno
¡Lucha por él pujante, con ímpetu y
amor!
Levanta la bandera radiante de
verdura
Del oro de los muiscas y blanco de
la paz…
¡Y lucha con el alma por tu tierra
tan pura!
Que eleva hacia el futuro su desafiante
faz.
Busto
en homenaje a don Pedro Fernández Madrid
En
el parque central que lleva su nombre y honra su memoria
Es deber de sus actuales habitantes, conocer la historia de su municipio y defender su patrimonio arquitectónico y cultural. Sí al progreso con respeto a la herencia arquitectónica y cultural de Madrid.
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