domingo, 19 de octubre de 2025

LA ÚLTIMA LÁGRIMA Y EL ÚLTIMO SUSPIRO (cuento con base real)

 


LA ÚLTIMA LÁGRIMA Y EL ÚLTIMO SUSPIRO

(cuento)

Por: Nabonazar Cogollo Ayala

 

Y el autodidacta habló así:

El miedo y el valor son dos caras de una misma moneda a la manera de la serpiente helénica que se mordía la cola. La negación del miedo es la temeridad que se lanza contra la adversidad al precio de la vida misma lo cual ha sido una constante en el devenir de la humanidad.  Hacia los años cincuenta sucedieron los hechos que ahora contaré para evidenciar la almendra tética de mi discurso previo.

Camino hacia el viejo cementerio de Madrid había un negocio que hacía las veces de tienda y cantina a la vez, se lo conocía como La última lagrima. Allí desfogaban sus penas los dolientes que habían dejado a sus seres queridos en el camposanto. Allá concurrían los parroquianos al atardecer a hablar de la política nacional, de Rojas Pinilla, de Laureano Gómez, de Urdaneta Arbeláez, en fin… En cierta oportunidad llegó al sitio un hombre que vivía en una finca por los lados de San Pedro, que entonces eran unos pajonales, se lo conocía como Casiodoro. Coloquialmente era conocido como el Compadre Casi y decía que era hombre de perrenque y que a él nada ni nadie lo asustaba. En cierta oportunidad el susodicho coincidió en el establecimiento con otro personaje madrileño de cariz populachero, se trataba del Compadre José Remberto, más conocido como Rembe. Este era un hacendado de piel atezada que presumía de poseer reales en abundancia y que andaba en un caballo de estampa andaluza. El caso era que estaban echando sus guaros allí, oyendo música de traganíquel, cuando a Remberto se le ocurrió lo siguiente:

- ¡Hoy es lunes 29 de abril de 1957, miren el almanaque! ¡Noche sin luna, en la que dicen que se aparecen las benditas ánimas del purgatorio! ¡Esta es una noche pa´ hombres machos bien machos, carajo, no pa´ pendejos!

-Sí, sí, sí… ¡Así es! Apoyaron en coro los concurrentes. Y por los galillos corrieron ríos de cerveza y aguardiente, para felicidad de la tendera, como quiera que Rembe pagaba la tanda… Prosiguió el espontáneo orador:

- ¡Yo le doy este reloj de oro y cinco pesos más al que atraviese corriendo el cementerio y clave en la cerca de tapia pisada del fondo, junto a la capilla del Arcángel San Miguel, esta navaja pico de loro hasta la cacha! Me tiene que traer como prueba, un pedazo de tierra apisonada de la cerca… Y cuatro o cinco florecitas blancas de las que crecen en las tumbas del camino del centro… ¿Cierto que no hay un macho aquí con las turmas bien puestas que haga eso?

El compadre Casi respondió en el acto:

- ¡Yo miedo a nada le tengo, conmigo no se equivoque! El diablo me tiene miedo a mí… ¡Esa apuesta me la gano! Venga, deme la navaja esa y yo voy y lo hago ya. ¡Váyame alistando los premios!

Diciendo y haciendo, los dos hombres acordaron los términos de la apuesta. Minutos después se encaminaron hacia la entrada del cementerio que por entonces permanecía abierta. El reloj marcaba la media noche. Cuatro o cinco hombres más los acompañaban picados por la curiosidad de ver en qué acababa todo aquello. El Compae Casi recibió la navaja de filo acerado y luego de echarse un trago de ron emprendió la carrera. La ruana falduda se la veía revolotear contra el viento como bandera en fiestas patronales. Mermó un poco la andanada, para recoger las florúnculas blancas que medraban entre las tumbas del camino central, conforme lo acordado. Una vez que llegó al fondo del cementerio, acezando como perro de caza, clavó de un golpe la hoja de acero en un costado de la tapia pisada, con tan mala suerte que no se fijó bien y en su golpe involucró una de las puntas de la ruana. Dio media vuelta, creyendo culminada su tarea y emprendió el regreso. Pero el tironazo de la ruana clavada lo hizo detenerse en seco. El hombre cayó de espaldas al suelo en medio de los estertores agónicos de un paro cardíaco fulminante, porque creyó que eran las benditas ánimas las que lo detenían y el susto le pudo más que la animosidad de la que presumía. Fue así cómo acabó su vida el Compae Casi, el que decía que no le tenía miedo ni al mismo diablo, víctima de un susto mortal.  

Por eso les digo, mis amigos, que el miedo es el abismo que absorbe la seguridad del alma en el decurso cíclico de la humanidad, el cual torna una y otra vez como el helicoide del tornillo sin fin en el alfa y omega de los tiempos, para espanto inenarrable de las conciencias.

11 de octubre de 2025

Madrid - Cundinamarca